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El sexo que somos
A menudo se habla sobre sexualidad desde un punto de vista parcelado, es decir, como si el sexo fuese una parcela separable del resto del ser humano. Esto es habitual en las conversaciones de calle donde, a la sombra de la cultura popular, se banaliza este tema o se ve como algo muy reducido a ciertas conductas un tanto picantes. Me llama más la atención, sin embargo, cuando la intervención procede de la boca de importantes expertos en distintas ramas del saber, hablando y escribiendo sobre un sexo de quita y pon, de gozos y placeres momentáneos o de ciertas partes del cuerpo.
Me gustaría, aquí, mostrar el sexo desde otra mirada. Una mirada donde se pueda comprender como una dimensión inherente a todo ser humano, precisamente porque somos mujeres y hombres, siendo ello un hecho ineludible e imposible de obviar sin hacer auténticos y ridículos malabarismos.
El sexo no es lo que hacemos
Soy consciente de que en el lenguaje vulgar o popular la palabra sexo es comúnmente utilizada para hablar de algo que hacemos (y en nuestro imaginario aparece concretamente follar o, a lo sumo, las mal llamadas relaciones sexuales, donde, según dicen, pueden aparecer más prácticas) o para hablar de algo que tenemos entre las piernas (nuestros genitales, los que generan, es decir, los que sirven para reproducirse).
Esta vieja idea, aunque plenamente vigente, es en la que nos apoyamos para construir un imaginario (mayor o menor, dependiendo del imaginario de cada una de las mentes que lo imaginen) de nuestra sexualidad, de nuestras relaciones eróticas, o incluso de lo que es un sexólogo y en qué me puede ayudar. De hecho, suele ser la idea en la que nos apoyamos para decidir lo que es ser una mujer y un hombre (cosa fácil desde este imaginario reductor donde, al parecer, sólo con mirar los genitales puede adivinarse, aunque a veces no es tan simple, ¿verdad?).
Pues bien, esta idea, reduccionista y simplista donde las haya, es la que está extendida en nuestra cultura occidental popular, intelectual e, incluso, lo que me parece bastante más grave, entre muchos profesionales que, según comentan, se dedican a trabajar o investigar sobre temas sexuales.
El sexo desde la Sexología
Una de las ideas que la sexología aporta, y de la que nunca dejo de aprender, es que el sexo no es aquello que hacemos o tenemos, sino aquello que somos. Somos sexo. Somos seres sexuados, con cuerpos sexuados y relaciones sexuadas.
Esta idea abre el campo de pensamiento, de concepto, de visión a algo inherente a cada cual, que impregna toda nuestra esencia y que, por tanto, nos acompaña en todas nuestras acciones, pensamientos, emociones y vivencias. Somos mujeres y hombres. Diversos en nuestra construcción y en nuestra expresión.
Esa diversidad tan evidente y tan poco comprendida, estudiada y valorada, existe precisamente por el hecho de ser sexuados. Porque para construir esa diversidad mujeres y hombres nos valemos de caracteres masculinos y femeninos, que se mezclan de una manera única y peculiar en cada uno de nosotros para poder coexistir. Y es por eso que existimos.
Sexuados e intersexuados en un continuo
Hablamos, por tanto, de la construcción de las diferentes identidades, lo queramos o no, siempre sexuadas e intersexuadas. Porque si nos paramos a pensar, sentir y observarnos, podemos percibirnos con algunas características comúnmente más femeninas y otras más masculinas, ya seamos mujer u hombre. Cada parte de nosotros está construida de pequeños caracteres sexuados con tantos matices diferentes y colocados de tal manera, que el resultado es esa mujer o ese hombre peculiar y único que somos. Es precisamente nuestra característica de sexuados lo que crea diversidad en nosotros. Estamos hechos de lo mismo pero con diferentes grados y combinaciones, en un continuo de los sexos.
Históricamente, se han creado jerarquías para ordenar esta diversidad y privilegiar unas características sobre otras, a unos sujetos sobre otros, como ha sido el caso del hombre y la mujer. Para resolver esta desigualdad, se ha creado y puesto de moda la idea de que todos somos iguales. Como si lanzando esta idea a nuestro subconsciente nos creyésemos que íbamos a dejar de lado las desigualdades sociales, políticas, etc.
Somos diferentes y eso nos hace iguales
Como resultado de esa idea queremos ser todos iguales, pero iguales a un único modelo de ser, de belleza, de sujeto, creando lo políticamente correcto y deseable. Las mujeres ya trabajamos fuera de casa, igual que los hombres; los hombres ya cuidan a los niños, igual que las mujeres; las mujeres ya podemos expresar nuestro deseo, igual que los hombres; los hombres ya expresan su emotividad, igual que las mujeres y por el camino, en este “ya somos iguales”, volvemos al modelo antiguo de jerarquizar unas características por encima de otras, perdiendo la esencia de lo que realmente somos, mujeres y hombres peculiares, diversos y no por ello menos mujeres o menos hombres.
¿Qué pasaría si realmente asumiéramos que, en efecto, somos diferentes?¿Qué pasaría si socialmente llegamos a esa conclusión y empezamos a desmontar discursos para que todos seamos iguales (en rigor, idénticos) y a construir el cultivo de los sexos, es decir, de las diferencias como valor?¿Es posible que el sexo así entendido abra puertas a la libertad de ser y de expresarse desde la diversidad que nos caracteriza y une a todas, la diversidad de formas de ser mujer y de ser hombre?
El valor de la diversidad
Es posible. Y es posible, también, que dejásemos de hablar tanto del valor de la igualdad para hablar más del valor de la diferencia; que dejásemos de hablar tanto de violencia sexual para hablar más de convivencia entre los sexos; de lo mala que es la dependencia y lo buena que es la independencia para hablar de la gestión de la ineludible interdependencia.
En resumen, parece bastante significativa la diferencia entre a dónde nos lleva hablar y reflexionar sobre el sexo como una parcela, parcelita o parcelota (lo que cotidianamente oímos sobre sexo) o hablar del sexo que somos (lo que aquí he llamado sexo inherente). Aún queda mucho por hablar y reflexionar así que, desde aquí, seguiremos haciéndolo e invitando a ello. De momento, me despido con esta famosa frase de Descartes: “Sexo, luego existo” ¿o no lo dijo así?
Dedicado a la gente que me quiere y que aún le cuesta entender mi profesión. Y, muy especialmente, a los profesionales que, utilizando su reconocida posición, confunden y problematizan más que aclaran y ayudan cuando se expresan. Ellos fueron mi inspiración un día de verano.